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Fue un reformador de las costumbres, tanto públicas como privadas, y, a diferencia de otros reformadores, nunca se atribuyó carácter divino. Confucio fue en realidad un estadista que se propuso reformar las costumbres públicas a base de reformar las costumbres privadas; a diferencia de los políticos de todos los tiempos, no quiso engañar al pueblo prometiéndole una era de prosperidad con la instauración de un nuevo programa de gobierno, sino que reducía todo programa de bienestar colectivo a un previo mejoramiento individual. De ahí que Confucio haya aparecido como un reformador religioso y como un moralista, cuando en realidad es ante todo el expositor de un programa político.
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